La figurita difícil

July 2020 · 4 minute read

Amé a Julieta en secreto. La amé como un nene ama a su álbum de figuritas del mundial 2002, a la que sólo le faltaba la de Roberto Fabián Ayala. Todos mis compañeros tenían la figurita y podían entablar conversación sin problema con Julieta. Pero yo no, yo abría paquete tras paquete sin suerte. Yo mantenía mi amor secreto a la distancia, sellado en la vergüenza e ineptitud social que tenía a los 9 años y no pude quitarme hasta que terminé la Licenciatura.

Entendía perfectamente lo que está pasando, al menos entendía que me costaba mucho esfuerzo sacarle los ojos de encima, pero no quería saber nada con comunicar mi interés, no tenía la más mínima intención de saber qué había del otro lado del velo de misterio que me había creado. No, yo me limitaba a espiarla de reojo en el recreo, a escuchar su voz en clase de música y sus frecuentes preguntas en el aula.

Julieta era la persona más curiosa que había conocido. Tenía facilidad para hacer preguntas que nunca se me habían pasado por la mente. ¿Por qué hay sólo tres colores primarios? ¿A dónde se van los que me llevo mientras hago la cuenta? ¿Por qué la palabra aguda es grave? La curiosidad no puede generar otra cosa que profunda admiración en el cobarde.

Por esta misma razón, Julieta no era popular entre las chicas. Al menos a los maestros les pagaban para aguantar tanta pregunta, pero nuestras compañeras no la soportaban ad honorem, la tildaban de criatura extraña. Julieta era popular con los varones, era la mandamás de un clan preguntón. ¿Qué pasa si ponemos un una bombita de agua colgada del techo con un chicle y salimos corriendo antes que caiga por el hueco de la escalera caracol? ¿Qué pasa si organizamos a todo el colegio para que se mueva de lado a lado en la formación de saludo a la bandera?

Julieta era divertida, fascinante, protagonista infaltable en cuanta obra de teatro nos encajaban a fuerza de fiesta patria o recaudación de fondos. Yo, el árbol, el poste de luz o el caballo que tira del carruaje, cuanto menos hable mejor. Hoy siento, en retrospectiva y sabiendo que hace quince años que Julieta llena teatros de los de verdad, que las obras de la escuela fueron claves para el desarrollo de nuestro amor.

De una forma u otra, siempre me las arreglé para estar cerca de ella en el escenario. Fui túnel por donde salía al segundo acto, remero sordo y chofer mudo. Atrás del telón, fui actor de método, si el papel indicaba que yo era mudo, nada de hablarle a mi amada protagonista. Arriba, me limité a manejar el taxi de cartón de punto a punto. Ella se baja, hace su gracia y se vuelve a subir, tal como decía el pequeño libreto. En cada presentación, el aplauso para Julieta se hacía más grande. Mi amor y mi silencio, también.

Cuando cobré suficientes fuerzas para hacer público mi amor, ella era famosa y tenía hordas de seguidores embobados con sus peripecias y carisma enceguecedor. Viajaba a Mar del Plata en veranos pares y a Córdoba en los impares. Hacía teatro de multitudes y de intelectuales, polifacética, única. Varios actores se adjudicaron su amor y otros tantos anónimos con aspiraciones de celebridad llenaron el aire de los programas de la tarde hablando de ella. Nunca me interesó tener mis quince minutos de fama a costa de Julieta. ¿Qué iba a decir además, que yo me enamoré de ella primero? ¿Y qué mérito tiene? ¿Y quién me iba a creer? Aunque me perjudique, celebro que en este país aún se mantenga grande la distancia entre el chisme y la realidad.

Escribo todo esto para que entienda lo que significa para mi este pedido. Para que sepa que he transitado cuanta feria existió buscando la única figurita que me falta para cerrar esta historia. He puesto pedidos con recompensa en diarios y revistas, pero no he tenido suerte. En internet dicen que ni siquiera era la figurita difícil del álbum, pero a nadie le sobra una copia para ayudarme a salir de este calvario. Apelo a la bondad que lo llevó a trabajar para una compañía que hace felices a millones de niños para que considere este pedido. Apelo a su capacidad, como representante Latinoamericano de Panini, para dar la orden de reimprimir la número 389, la figurita de Roberto Fabián Ayala.